Nov 27, 2006

Nada más lejos.

Nada más lejos.


Código 208, habitación 117, 3ª planta de una especia de búnker geriátrico donde la soledad se vacía como la billetera de un conductor de limusinas. La visita iba a ser lo suficientemente breve como las anteriores, lo suficientemente intensa como para recalar en la memoria y lo suficientemente arriesgada, si uno no cuenta con una buena coartada en su vida para no acabar en las mismas. Accedo del moderno ascensor a su cuarto, y como quien recibe la visita de un chusco a los pies de su cadalso, saltándome un par de estofas del soneto, supe que tenia un padre sin el favor de Shakespeare.
Era consciente de que el tiempo se nos echaba encima, el simplemente desconocía que tenia un pie y medio en la que se supone mejor vida, paradojas...
Tomamos café, sentí el poder de lo efímero. El tiempo y su tribunal, nada de apelaciones a la postre, nada de contemplaciones, mi padre bajo su sospecha y yo por un instante su único testigo. Bebí aquel ácido café, la luz... y la luz? Se supone que debía componer todos mis recuerdos hacerlos un único pensamiento, sus cuadros, sus libros, sus tardías vacilaciones con la filosofía, hacían otro contexto, otro trazado por el que afinarle. Apenas recordaba su característica dejadez, el serrín de sus zapatillas, el olor de su tabaco, anotaciones, pensamientos, ahora se hacían comprender de alguna manera, de alguna manera era un estímulo, algo...nada... El ambiguo rasero por el que confió a la suerte sus sueños, esperando la ostia definitiva, sentado, aguardando el cambio a su favor, nada.... Vi a un hombre luchando contra las cuerdas, esquivando los golpes, el dolor y la patraña, la luz y las tinieblas ambos uno, magnitudes hechas de la misma materia. Con el ultimo trago nos despedimos – puedes venir cuando quieras, le mire a los ojos y simplemente asentí.

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